Nuestra historia empieza con un Galileo Galilei de 17 años que vivía con su devota familia cristiana en la ciudad de Pisa. Un domingo, en la iglesia, Galileo no podía prestar atención a los rezos, porque no podía dejar de observar el candelero que pendía encima de él, y oscilaba de un lado a otro por la brisa que se colaba en el edificio.
A veces el candelero se movía en un arco corto, otras en un arco largo, pero parecía que tardaba el mismo tiempo en realizar el arco, fuera largo o corto. ¡¿Que raro, no?!
Conforme terminó la misa, Galileo corrió a su casa y colgó diferentes bolas a los extremos de unas cuerdas. Vio como las cuerdas cortas tardaban menos en realizar sus oscilaciones que las cuerdas largas, pero al probar pesos distintos en una misma cuerda... ¡Tardaban lo mismo en oscilar! Es decir, para una misma longitud de cuerda, la masa no afectaba en absoluto. (Principio del péndulo)
Años más tarde, cuando acabó su formación universitaria, Galileo hizo experimentos dejando deslizar bolas por un surco pulido en unos tablones de madera levemente inlcinados, observando que independientemente de su masa, los cuerpos descendian con la misma aceleración. ¡Por todas mis bolas! -exclamó Galileo. A través de estos experimentos, llegó a predecir con exactitud el movimiento de una bala al ser disparada por un cañón. ¡Pero si no se había descubierto aun la gravedad! ¿O sí? ¿No acababa de hacerlo él mismo?
Si, si, ya se que casi un siglo después un tal Isaac Newton vió todo este trabajo y se le ocurrió definir la gravedad, pero no fué pionero en utilizarla en sus fórmulas matemáticas. El tio molaba por sus trabajos en los que define las leyes de la dinámica, y también hizo grandes trabajos en el campo de las ondas y la luz (con las lentes de Galileo), pero no le tendremos en cuenta que unos siglos más tarde Albert Einstein demostrara que Isaac estaba equivocado, el tio seguía molando.
Aunque para entonces, Galileo ya era de la Vieja Escuela.
